Tenemos un nuevo libro: «Todo empezó en la frontera», esperamos que sea de su agrado y nos gustaría escuchar sus opiniones.
Aquí un extracto del primer capítulo:
“Si un problema puede solucionarse, si la situación es tal que puedes hacer algo al respecto, entonces no hay necesidad de preocuparse. Si no puede arreglarse, entonces preocuparse no tiene utilidad alguna”. Dalai Lama
PRIMERA PARTE
Carmen, Anita y un viaje sin retorno
1.
Cuatro de junio de… ¿Qué pasa? ¿Dónde estoy? ¿Por qué todo está tan oscuro? Tengo miedo. Dios santo, estoy en el cementerio… pero, ¿qué hago aquí? Estoy en algo que parece un ataúd… Dios mío… Estoy muerta… no puede ser…»
Y Ana se despertó de golpe y sentándose en la cama entendió que todo había sido un sueño o mejor, una pesadilla, porque está viva y hoy no es cuatro de junio, sino viernes 30 de mayo de 1980 y es hoy cuando contraerá matrimonio con Abelardo, su novio y por eso mismo está entre contenta, esperanzada y asustada, talvez por eso tuvo ese sueño tan raro. Claro que lo que ha oído decir es que es buena suerte soñar con entierros cuando uno se va a casar.
Hacía ocho días que Ana había cumplido 20 años y ya llevaba un año como novia de Abelardo. Se habían conocido un domingo en misa y desde entonces habían estado hablando y más o menos se conocían lo suficiente como para saber que se gustaban y que podían hablar de boda. Entonces Abelardo, siempre guardando las formas, habló con don Pedro y sin muchos preámbulos le dijo:
―Don Pedro, yo estoy enamorado de su hija Ana y ella corresponde a mi amor, si usted no tiene inconveniente me gustaría que me permitiera visitarla en su casa, mientras vamos hablando de matrimonio.
―Eso está bien, Abelardo, yo lo conozco a usted y me parece un buen muchacho y un buen trabajador, pero entiendo que usted piensa irse para los Estados Unidos o, ¿me equivoco?
―Eso es verdad, don Pedro, pero lo del viaje es apenas un proyecto. Ya veremos, a lo mejor después del matrimonio viajamos los dos.
Y desde ese día Ana y Abelardo se hicieron formalmente novios y Abelardo logró convencer a don Pedro, a doña Teresa y a la misma Ana, de la conveniencia de viajar a Estados Unidos; después de todo la situación de orden público en Colombia se empeoraba por momentos, mientras todos los cono-cidos que habían viajado a los Estados Unidos progresaban o, al menos, eso parecía.
Y llegó el día de la boda. Todo estaba listo: habían hecho el cursillo prematrimonial, los padrinos serían Octavio, hermano de Abelardo y Cecilia, hermana mayor de Ana, los pajecitos serían Oscar de siete años y Cecilia de cinco, los hijos de Cecilia. Don Pedro López, papá de Ana, la llevaría del brazo y se la entregaría a Abelardo al pie del altar. Además, no faltaba el largo vestido blanco, el ramo de flores, una cosa vieja que era un hermoso corsé que poco usaba, pero que le modelaba muy bien la cintura, una cosa nueva que eran las medias que nunca se había puesto y una cosa azul que era una liga muy adornada, que luego Abelardo le quitaría y arrojaría a los señores solteros, el que la atrapara sería el próximo en contraer matrimonio. Además, estaban las argollas medio cocidas en un cojín blanco para que no se fueran a perder y que llevaría Oscar, mientras Cecilia llevaría una bandeja con pétalos de rosas para regar en la Iglesia mientras entraba la novia del brazo del papá. Y, además la fiesta en la sala de la casa de don Pedro a la cual sólo asistirían las familias de los contrayentes y algunos amigos, muy pocos, porque en familias numerosas como eran las familias de los novios, no hacían falta muchos amigos para llenar la sala, con las familias era suficiente.
Por supuesto que ni Ana, ni Abelardo sabían el origen de todas las costumbres que rodeaban la ceremonia del matrimonio, pero había que hacer honor a las costumbres sin indagar mucho de dónde venían.
¿Por qué el papá de la novia la llevaba del brazo y se la entregaba al novio al pie del altar?
Resulta que, en Grecia y Roma era el «pater- familias» quien disponía acerca de la suerte de todos los hijos y como en relación con las hijas siempre había el peligro de un embarazo, se imponía casarlas rápido, cosa que ocurría cuando la niña acababa de menstruar, entonces el «pater-familias» buscaba un marido que, normalmente era un hombre de unos 30 años o más y para que a la muchachita no le faltara nada, le daba al marido algunos bienes y se la entregaba para que entrara a formar parte de su familia.
Al llegar el cristianismo y como ya en los Evangelios y las Epístolas de San Pablo se hablaba del matrimonio, los llamados Padres de la Iglesia tomaron cartas en el asunto para hablar sobre todo de las características de los matrimonios cristianos, pero no fue hasta el Concilio de Trento, en el siglo XVI cuando se definieron los sacramentos, entre ellos el matrimonio. Entonces el hecho de que el papá de la novia se la entregara al novio no es más que el recuerdo de lo que ocurría antes de nuestra era en Grecia y Roma. Y el hecho de que sea ante el altar, pone de presente que los novios y las familias de los novios pertenecen a la Religión Católica.
¿Y el cursillo prematrimonial?
Cuando en Grecia y Roma el «pater-familias» entregaba la novia y algunos bienes, acostumbraba darle un pequeño sermón al novio acerca de cómo debía manejar esos bienes, sermón paterno que se cambió por el cursillo prematrimonial de la Iglesia Católica, los bienes entregados se constituyeron en la «dote» y cuando se acabó el cuento de la dote, quedó la costumbre de que la familia de la novia sufragara los gastos de la boda, porque se supone que a partir de la boda es el ya marido quien se encarga de todos los gastos que demande el matrimonio.
¿Y los padrinos?
La madrina y las damas de honor de hoy, son el recuerdo de las costumbres medievales en relación con el aseo personal, porque el cristianismo había prohibido los baños tan populares en Roma, así que se necesitaban varias personas para quitarle toda la «mugre» a la pobre novia y lo mismo pasaba con el ramo que llevaba, que se usaba para disimular malos olores; supongo que el novio también se bañaba, pero sin ayuda. La costumbre del padrino para el novio se originó entre los Germanos, porque cuando escaseaban las mujeres en su pueblo, el futuro novio ayudado por un amigo, iba a un pueblo vecino y se robaba una muchacha, el amigo la escondía y cuando se hubieran calmado los ánimos, se efectuaba el matrimonio.
¿Qué significan los anillos en el matrimonio?
Los anillos son la señal externa de que esa mujer y ese hombre son marido y mujer y son algo así como un signo de pertenencia y si nos atenemos a su origen, era una costumbre romana y consistía en que a los esclavos se les ponía un anillo metálico en la muñeca o en un dedo con el nombre del amo por si se escapaban o causaban algún daño.
¿Y los pajecitos?
Finalmente, los pajecitos, otra costumbre romana eran unos niños que regaban pétalos de flores para ahuyentar los malos espíritus y el vestido blanco, costumbre cristiana, estaba reservado para la novia y era la señal de su virginidad y ninguna de las mujeres asistentes lo debía usar, tampoco usar el negro, porque por ser el color del luto era y es de mal agüero vestir de ese color.
Por supuesto que falta decir algo de las despedidas de soltero. Resulta que esa sí es una costumbre más moderna y significa que es la última vez que tanto el novio como la novia se van a reunir con sus amigos antes de convertirse en una pareja casada y talvez entrar a formar parte de otro grupo de personas, la de las personas casadas.
Ajena a todas esas historias y sin siquiera conocerlas, Ana, sin hacer mucho ruido, saltó de la cama y se dirigió al baño. Después tomó un ligero desayuno y ayudada por su mamá y sus hermanas se maquilló ligeramente y vistió el hermoso vestido blanco que la convertiría en una novia que saldría de la Iglesia del barrio como Ana López de Escobar, la señora de Abelardo Escobar Naranjo.
¿Qué pasaba en Colombia por esos años?
Desde hacía dos años Julio César Turbay Ayala, perteneciente al partido Liberal, era el Presidente de la República, pero la situación de orden público del país era cada día más caótica, entre la guerrilla del M-19 y el Cartel de Medellín de Pablo Escobar tenían prácticamente sitiado el país, algunos consideraban al M-19 como los modernos Robin Hood, porque asaltaban vehículos con suministros y los repartían entre el pueblo, otros seguían a Escobar que también trataba de ganarse a los más humildes a punta de dadivas.