Aprendiendo a sobrevivir en un medio inhóspito

En el momento de nacer, los seres humanos pasamos de un medio acuático tranquilo y maravilloso a un mundo en el cual nos vemos obligados a respirar aire por primera vez y a sentir calor, frío y hambre, lo cual nos produce lo que médicos y psicólogos han llamado «el trauma del nacimiento».

    Pero ese, no es el único trauma que debemos experimentar los seres humanos. De alguna manera aprendemos a sentirnos cómodos en el medio ambiente del hogar, nos sentimos queridos por nuestros padres y nuestros hermanos son nuestros camaradas de juegos y pilatunas. Pero cuando estamos mejor, la sociedad nos «tira» a otro medio inhóspito que es la escuela, donde nos espera la lucha para aprender las primeras letras y las tablas de multiplicar y lo que es más grave y para lo cual nadie nos ha preparado, «el matoneo». Por eso, es en la escuela en donde, de verdad, aprendemos a sobrevivir.

    Los padres de Benny nacieron y se hicieron adultos en la primera mitad del siglo XX y tuvieron a todos sus hijos en la segunda mitad, es decir, que los padres fueron testigos de los cambios en materia de educación ocurridos en Colombia entre 1900 y 1950, mientras que sus hijos pudieron disfrutar o sufrir o ambas cosas dichos cambios de 1950 hasta el año 2000, que fue la época en la cual todos fueron a la escuela o al colegio.

    En el siglo XIX hubo en Europa una serie de cambios en materia educativa, cambios que finalmente se conocieron y trataron de seguirse no sólo en Colombia sino en toda América Latina a partir de 1900. No puede olvidarse que en la primera mitad del siglo XX ocurrieron dos guerras mundiales que cambiaron la situación social, política y económica del mundo, mediante la cual Estados Unidos cobró cada vez más importancia, desplazando a Inglaterra, sin contar el cambio que se operó en la concepción de la familia por efecto de la revolución industrial y las dos guerras mundiales que obligaron a las mujeres a incorporarse a la vida económica, forzando un cambio en el interior de los hogares, que desembocó en el paso de la familia patriarcal tradicional, a la llamada «familia nuclear» formada sólo por padres e hijos, obligando a que los otros miembros de la familia extensa salieran del hogar.

    En el caso colombiano se presentaron una serie de circunstancias favorables que redundaron en un cambio de las características de la familia, en una incipiente industrialización y sobre todo en materia educativa. Esas circunstancias favorables fueron principalmente la exportación de café, la llamada «feria de los millones» por el dinero que ingresó al país proveniente de Estados Unidos, como «indemnización» por el «robo de Panamá», creciente urbanización por la migración del campo a la ciudad, no sólo buscando mejores condiciones de vida sino huyendo de la violencia que asolaba el sector rural, aumentó la inversión extrajera con destino a la explotación petrolífera y hubo inversión estatal en infraestructura.

    En la primera mitad del siglo XX el estado colombiano, principalmente los gobiernos liberales, extendieron la educación mediante la creación de las escuelas rurales que llevó las primeras letras al campo, se crearon las escuelas normales rurales para tratar de profesionalizar los maestros de dichas escuelas y las escuelas normales superiores de donde saldrían los profesores para los colegios de secundaria; y, finalmente, mediante una Ley de 1933 se abrió las puertas de la Universidad a las mujeres. Es decir que cuando Benny  y sus hermanos estuvieron en edad de asistir a la escuela a partir de 1950, ya la educación en Colombia había transitado un largo camino para adecuarse a las necesidades de un siglo que ya iba por la mitad. Pero también asistieron, sin entender mucho, a las luchas de la Iglesia Católica para desmontar las conquistas liberales en cuestiones sociales y educativas ya que los curas, las monjas y los conservadores siempre fueron enemigos acérrimos del matrimonio civil, del divorcio, del estado laico y de las escuelas y colegios oficiales a los que se consideraban nidos de comunistas y masones.

    A comienzos de 1955, cuando Benny tenía apenas cuatro añitos, empezó a estudiar en la escuela de «arriba», llamada así porque estaba en la parte norte del pueblo, la profesora del curso primero era Concepción o Conchita, como la llamaban en la casa de Benny, porque ella era hermana del papá. Se decidió que Benny debía ir a la escuela con José Enrique que ya contaba siete años y medio. Benny jamás entendió por qué sus papás tuvieron semejante idea tan descabellada, ya que lo normal era que los niños empezaran a estudiar a los siete años cumplidos, pero, lo cierto del caso, es que Benny estuvo buena parte del año luchando por aprender a escribir y a contar.

    Conchita tenía un método que, al parecer, era el ordenado por el Ministerio de Educación y consistía en algo llamado «de las palabras normales» mediante el cual al niño se le enseñaban las vocales y luego mediante algunas palabras sacramentales como mamá, papá, nené, luna, mula, etc., los niños iban aprendiendo las consonantes y las sílabas y poco a poco las cosas se iban complicando hasta cuando después de varios años, resultaban leyendo las fábulas de Pombo. Y para aprender a escribir, Conchita escribía primero las vocales y luego las palabras normales y los niños seguían los trazos encima de las letras y palabras escritas por la maestra.

    La verdad es que Benny pasó ese primer año sin lograr aprender mucho porque se cansaba y le daba sueño. Pero si bien no aprendió ni a leer, ni a escribir, ni las  matemáticas básicas sí entrevió, sin entender cabalmente su significado, la muerte, la prostitución y la discriminación.

                ¿Y cómo fue eso?

                A partir del 1953 y hasta 1957, Colombia vivió todo el horror de la dictadura del Teniente General Gustavo Rojas Pinilla, la violencia estaba en todo su apogeo y casi diariamente llegaban al Palmar los cadáveres de campesinos masacrados por la guerrilla o los militares o por ambos y José Enrique arrastraba a Benny a ver la llegada de los muertos, en volquetas o atravesados en caballos. Benny recuerda, todavía hoy, esas visiones de terror. Y tampoco olvida cuando José Enrique lo llevó a mirar unas prostitutas que se bañaban, en ropa interior, en una quebradita que pasaba cerca del pueblo.

    Y en cuanto a la discriminación, recordemos que por esa época se creó una institución o fondo con dineros del estado, manejado por María Eugenia, la hija del dictador, dizque para darles «regalos de Navidad» a los niños pobres. Benny, como José Enrique y otros niños del pueblo, fue a la Alcaldía por el regalo de Navidad pero, ¡horror de horrores!, mientras José Enrique y los otros niños salieron con un paquetico navideño, Benny salió llorando y sin regalo porque llamándose Benito Montaño García, no había duda alguna que era hijo de don Benito, el hacendado y por lo tanto no era un niño pobre.

    Al año siguiente, 1956, mientras José Enrique pasaba al segundo curso, Benny volvió otra vez a primero con Conchita pero ahora en la escuela de «latas», llamada así porque estaba cercada con láminas de zinc y alambre de púas y ahora en compañía de Flor Ángela que acababa de cumplir siete años y había sido matriculada en la escuela. Otro año escribiendo las vocales, las palabras normales y tratando de descifrar los misterios que encerraban los números.

    Pero ese curso terminó bruscamente para Benny. Resulta que un día, después de la clase de Catecismo, en la cual Conchita les explicó la creación de Adán y Eva, diciéndoles que Dios había hecho un par de muñequitos de barro, los había soplado y se habían convertido en Adán y Eva, Benny sin entender que era eso de Dios, sólo entendió el procedimiento de la creación de Adán y Eva y queriendo repetir el experimento en el recreo, hizo un par de muñequitos de barro y antes de que los pudiera soplar para que cobraran vida, Flor Ángela, su hermana y otra muchachita, quienes consideraron aquello una herejía, armadas con piedras le desbarataron los muñequitos. Benny cogió un palo y empezó a perseguirlas, con tan mala suerte que al pasar por entre dos latas, se hirió la cabeza y así, bañado en sangre, Flor Ángela lo llevó donde Conchita y ella los mandó a los dos para la casa. Sobra decir que la mamá estuvo a punto de desmayarse y se opuso a que Benny volviera a la escuela.

    En 1957 y como quiera que ya existían los «kínder», Benny fue matriculado en kínder o jardín infantil, es decir que después de haber estado dos años en primero lo volvieron atrás para cursar el kínder. Esos tres años espantosos lo vacunaron contra el estudio y por eso terminó pensando que, «el estudio no es lo mío», como me dijo más de una vez. Pienso que los papás de Benny cometieron un error, talvez de buena fe, pero error al fin,  mandando un niño tan chiquito a un sitio de niños más grandes, pretendiendo que fuera capaz de aguantar los horarios de clase. La parte buena fue que Benny desarrolló una facilidad especial para las matemáticas, pero, definitivamente, le cogió pereza al estudio y siempre pensó que si había perdido tres años de estudio, era porque no servía para eso.

    En 1958 logró entrar a primero de primaria y ahora sí aprendió a leer, a escribir con letra pegada, lo que hoy se llama «script» para diferenciarla de la letra despegada o «cursiva», aprendió a firmar y las cuatro operaciones fundamentales: suma, resta, multiplicación y división. Al año siguiente, 1959, cursó el segundo de primaria y ya aprendió a leer «de corrido», memorizó poesías, estudió el catecismo y logró hacer la primera comunión. Recuerdo que, por ahí en segundo o tercero de primaria, nos pusieron, como tarea, aprender una poesía a la patria y fue así como todos aprendimos de memoria una poesía de Miguel Antonio Caro titulada «Patria» que dice:

PATRIA

¡Patria! Te adoro en mi silencio mudo y temo profanar tu nombre santo;

por ti he llorado y padecido tanto como lengua mortal decir no pudo.

No te pido el amparo de tu escudo, sino la dulce sombra de tu manto;

quiero en tu seno derramar mi llanto, vivir, morir en ti, pobre y desnudo.

Ni poder, ni esplendor, ni lozanía son razones de amar.

Otro es el lazo que nadie, nunca, desatar podría.

Amo yo por instinto tu regazo; madre eres tú de la familia mía; ¡Patria! De tus entrañas soy pedazo.

        Mientras Benny cursaba la primaria y en especial después de hacer la primera comunión, se hizo un muchachito muy creyente, iba a misa casi a diario —como los papás y el resto de los hermanos— y quería  ser acólito, hay que aclarar que ese deseo no era solamente por devoción, contaba mucho el que uno de los primos, Julián, hijo de Conchita, la profesora, ya era acólito, pero la mamá Rosa no lo permitió porque no había dinero suficiente para comprar los uniformes necesarios, entonces Benny se conformó con estar, durante la misa, muy cerca del altar. Así aprendió, ¡en latín!, todas las respuestas que debían dar los acólitos y gracias a ello, podía ayudarle al primo cuando él las olvidaba.

    Fue también por ese año, 1959, cuando José Enrique, el hermano mayor, resultó con el cuento de hacer un negocio fabuloso que consistía  en criar palomas para venderlas, porque según decían el caldo de paloma era especialmente nutritivo y bueno para la gente desnutrida y, efectivamente, se hicieron unas cuantas palomeras y se vendieron algunas palomas, hasta cuando doña Rosa les acabó el negocio.

                ¡Qué pesar! ¿ Y eso por qué?

                Pues porque a pesar de que el negocio había sido idea de José Enrique, era Benny quien llevaba la peor parte, ya que debía «robarse» las placas metálicas de las señales de tránsito para ponerles techo a las palomeras y la madera para las casitas provenía  de las tablas de las camas. Por eso doña Rosa que ya veía a Benny cogido por la Policía y camino del «reformatorio», terminó con el negocio.

        En 1960 y cuando Benny cursaba tercero de primaria experimentó en carne propia el «matoneo» o «bulling», ya que un muchachito más grande aprovechaba cualquier oportunidad para molestarlo, así que Benny lo amenazó con José Enrique, que ya cursaba quinto de primaria y fue así como a la hora del recreo, Benny le señaló el agresor a su hermano mayor, quien no pudo hacer nada porque el otro muchachito lo golpeó primero y lo dejó echando sangre por la nariz. Ahora fue Benny quien tuvo que llevar al hermano mayor a la casa, y aguantar el regaño de la mamá porque según lo que José Enrique dijo: «Benny me hizo pegar».

    Para hacer frente al matoneo, Benny se juntó con otras víctimas y concluyeron que tenían que andar en grupo, porque los «malos» se aprovechaban de los niños más pequeños cuando los veían solos y lo mejor era armarse. Entonces uno de los muchachitos afiló la limita de un cortauñas, Benny se las ingenió para conseguir una manopla y el otro, que era hijo de un carnicero, se adueñó de un revólver que el papá tenía guardado y así armados se fueron a buscar a los «malos». Cuando se encontraron, por los lados de la estación del ferrocarril, el hijo del carnicero sacó el revólver e hizo un tiro al aire. Los «malos» huyeron despavoridos y nunca más volvieron a molestar a Benny y sus amigos.

    Terminada la primaria, Benny empezó el bachillerato y una nueva angustia vino a sumarse a su lucha con la adolescencia y es que a Benny no le gustó el inglés, porque no acababa de aceptar eso de que una cosa se decía de una manera y se escribía de otra y, además, le parecía una materia inútil ya que en su futuro no estaba ir a Estados Unidos, ¡qué bueno que uno supiera lo que le puede traer el futuro!. Pero como tenía que estudiar y aprobar la dichosa materia para poder pasar al siguiente curso, se volvió experto en hacer trampas, pero, eso sí, era la única materia en la cual tenía  que hacer trampa, porque las demás sí le gustaban y las aprendía fácil. Durante ese año, ya en los gloriosos sesenta, Benny se dejó crecer el pelo, usaba vaqueros rotos, descosidos y  descoloridos y disfrutó de la música de los Beatles, de Elvis Presley, de Abba, de los baladistas y románticos de siempre y de los colombianos Harold, Mariluz, Vicky, Oscar Golden, Lyda Zamora y todos los que finalizando la década, formarían «el Club del Clan».

    Y pasó a segundo de bachillerato y en una de las oportunidades en las que acompañó al papá en las labores de la finca «La Cristalina», conoció a Adriana Vélez Escobar y se hicieron novios y lo fueron durante las vacaciones de segundo y tercero de bachillerato porque al pasar a cuarto se hizo novio de Olga Salazar Moreno.

    Y con el cuarto de bachillerato terminó la educación clásica de Benny, ya que a partir del año siguiente y como le gustaban las fincas y el papá insistía en que le ayudara con el trabajo de las mismas, estudió Agricultura en el SENA, tal como habían estudiado su papá y su hermano mayor, José Enrique.

    Terminado el curso de Agricultura, estudió dos años de Comercio y empezó en forma a trabajar con el papá, pero como con él sólo había trabajo y nada de salario, Benny buscó trabajo en el Banco Cafetero, pero el sueldo sólo le alcanzaba para «ir pasando», sin posibilidad de ahorrar para comprar una casa, una finca y casarse. Entonces decidió, con la ayuda de la mamá, irse para Estados Unidos a probar suerte, como estaban haciendo muchos de los muchachos del pueblo. Y es que el trabajo no lo asustaba, pero sí quería trabajar a cambio de un salario que le permitiera hacer realidad sus sueños de casarse y formar un hogar.

    No fue fácil eso de tomar la decisión de irse y mucho más a un país con un idioma y una forma de vida diferentes. Total, Benny era un muchacho de pueblo y de ahí salir a vivir a una metrópoli como Nueva York era difícil, pero Benny pensó que valía la pena correr el riesgo. Hasta ese momento de su vida, había pasado cosas difíciles, pero al igual que en esos casos, en esta ocasión también iba salir adelante, como siempre.